jueves, 26 de julio de 2007

el huerto de sandias por juancarlos i susana


En el mundo andalusí, los jardines tuvieron una función mucho más amplia que la meramente estética. El jardín-huerto fue receptáculo de plantas aromáticas, árboles frutales y productos hortícolas. Al placer de la vista y el olfato se unió el deseo de un aprovechamiento agrícola, que puso en marcha una sabia distribución del agua y toda una ciencia de aclimatación de especies botánicas nuevas. Los andalusíes habían heredado estos saberes de sus antepasados del mundo oriental islámico y, en parte, de sus predecesores romanos. Su proverbial sed de conocimiento propició un gran desarrollo botánico y científico. Se produjo una auténtica «revolución verde» que significó la expansión agrícola de Al Ándalus y el principio de un incipiente comercio.
Apenas quedan referencias de cómo pudo ser aquel jardín-huerto. El geópono almeriense Ibn Luyun (s. XIV), fue el autor de una célebre obra llamada Kitab al-filaha (‘Libro de Agricultura’), que escribió en verso con el fin de que pudiera memorizarse fácilmente. En ella ha dejado unos apuntes de la morfología de este jardín. Según describía, los macizos de plantas, generalmente aromáticas, estaban situados junto a la alberca. Un poco más lejos se emplazaban los macizos florales y los árboles de hoja perenne. Ya rodeando el predio, una cerca de viñas, higueras y otros árboles semejantes marcaba las lindes, mientras que los paseos se cubrían con parras, a modo de pérgolas. Uno de estos paseos delimitaría el jardín de flores y plantas aromáticas, mientras que a cierta distancia de las viñas se situaría la tierra de labor. Los grandes frutales se plantaban en la parte Norte para proteger el jardín del viento.
Frutales y productos hortícolas
Entre los frutales que estuvieron omnipresentes en esos jardines-huertos figuraron las palmeras datileras, como una reminiscencia del desierto arábigo, cuna del mundo islámico. También, los granados, que se trajeron a través de Siria, así como los melocotoneros, limoneros, cerezos, membrilleros y naranjos amargos. Además, figuraban higueras, olivos, vides y manzanos, milenariamente implantados en la Península Ibérica.
Entre la espesura de los frutales abundaban los cultivos de melones y sandías, las berenjenas, espinacas y habas, además de alcachofas, zanahorias y lechugas, entre otros muchos productos hortícolas que se cultivaban gracias a la abundante agua que suministraban las acequias.
El uso del agua en huertos y grandes predios
El mundo islámico surge en un contexto árido: la península arábiga. El primer pueblo que lo integra, el pueblo árabe, aprecia el agua como auténtico tesoro, ya que prácticamente carece de ella, siendo los oasis su única fuente de abastecimiento. Esa valoración del agua, origen de toda vida, va a reflejarse constantemente en el Corán.
¿No veis el agua que Alá ha hecho descender del cieloy por medio de ella, todo verdea sobre la tierra? Corán (sura 22, aleya 63)Él es Quien ha hecho bajar para vosotros agua del cielo.De ella bebéis y de ella viven las plantas con las que apacentáis.Gracias a esa agua, hace crecer para vosotros los cereales,los olivos, las palmeras, las vides y toda clase de frutos. Corán (sura 16, aleyas 10-11)
Con la expansión del Islam a través del imperio Persa, Egipto y Siria, entre los siglos VII y VIII, los musulmanes aprendieron las técnicas de regadío, extracción y aprovechamiento del agua, muy desarrolladas por entonces en aquellas regiones, especialmente en tierras mesopotámicas (Iraq).
Además de servir de bebida para los seres humanos y los animales, el agua será esencial en la agricultura y se convertirá en un complemento imprescindible de las construcciones palaciegas. Se introducirá como un elemento decorativo polivalente que proporcionará efectos lumínicos, refrescará y relajará el ambiente, y hará las veces de un espejo al duplicar el efecto visual de la arquitectura.
El agua estará omnipresente en todo tipo de jardines y de almunias, ya sea en forma de fuentes, canalillos, surtidores, estanques, acequias y albercas, o bien, deslizándose caudalosa por las norias de corriente.
Las acequias (del árabe al-saqiya) fueron las principales conducciones empleadas por los musulmanes para la distribución del agua, tanto en grandes predios como en pequeños jardines. Este sistema de riego por canales, mayores y menores, ya se utilizaba en la antigua Babilonia (siglo VII a.C.) para regar los jardines colgantes, o pensiles, con las aguas del Éufrates, y se extendió al imperio Persa en ciudades como Persépolis. Posteriormente, los romanos, herederos de esa tradición, establecieron en sus provincias de la cuenca mediterránea auténticas redes de regadíos, especialmente en Hispania.
Al llegar a la Península Ibérica, los árabes eran conocedores de los sistemas de riego orientales. Reaprovecharon la infraestructura del regadío romano, ya deteriorada, ampliando e intensificando su utilización, y crearon acequias mayores, menores y brazales, con un ingenioso sistema de distribución del agua, base de su emergente agricultura

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